lunes, 22 de marzo de 2010

Ojos de luna y bálsamo en un mundo desolado que sabía a nuestro destino ya incrustado entre los más sucios rincones de nuestro generoso padre cielo

El día que llegué a San Sebastián creí haber huído de mi pasado; no me importaba la tierra, ni el calor, ni las moscas. San Sebastián era el paraíso, Avelaine me esperaba en la estación y en mis bolsillos no había más que unas cuantas monedas y una pistola. Mi sueño se convertía en realidad, pues aunque aún no era poeta, aún no tenía un hijo perdido en París y aún no me mataba la gonorrea, era felíz y había matado a alguien.

Si miramos diez días atrás, mi vida era una mezcla entre rutina, mujeres viejas y obesas, café de máquina y pornografía.

Poco atractivo, pero era mi vida y no conocía nada más.

Trabajaba de Lunes a Sábado en una imprenta de tercera categoría, ocho horas al día, las ocho peores horas diarias de mi vida; terminaba hinchado y asqueado del olor a tinta y papel, y justo al cruzar la puerta de salida, el olor a tinta desaparecía y un grueso y penetrante olor a cloaca inundaba mi cabeza, hasta que tomaba el autobús, que se adornaba elegantemente con un aroma a sudor de obrero mal pagado.

Afortunadamente sólo lo tomaba durante diez minutos; bajaba en la estación "Alicante" y entraba a "La quinta"; la única cantina de la zona que no cobraba a sus clientes un sobreprecio excesivo por darle un pellizquito en el culo a las camareras.

Además la cerveza no era cara y los miércoles había futbol. Era mi lugar preferido en el mundo y aquellos muertos vivientes que arruinaban sus vidas junto a mí eran "Mi familia"; yo los llamaba "Muchachos" y ellos simplemente no me llamaban, pero me hacían sentir un poco menos miserable.

Mi habitación era una vieja buhardilla en un tercer piso; la casera no me soportaba y yo, procuraba a toda costa no topármela de frente para evitar las miradas incómodas, los insultos entre dientes, la renta y las discusiones acerca de mis fuertes ronquidos de los cuales el negro homosexual del cuarto contiguo se había ya quejado.

Por ahorrar tiempo podría sólo haber dicho que mi vida era una mierda, pero siempre me ha gustado exprimir en detalle mis desgracias por si algún hipócrita decidiese hacerme ver, falsamente, que no la pasaba tan mal como otros.

A Avelaine la conocí en la lavandería pública.

Llevaba un vestido azul cortito y escotado, los labios rojos, el cabello rubio oxigenado y una borrachera casi incomprensible. Era vulgar, pero bella, y finalmente no podía darme el lujo de negarme cuando me propuso una follada rápida a cambio de unos cuantos billetes chicos.

Lo hicimos ahí mismo, y en resumen fue malo, poco interesante y desapasionado, pero me gustó.

Aquella noche terminamos los dos borrachos y olvidados en un bar de Lavapiés, insultándonos y conversando sobre los extraños monos suicidas, su extraño fetiche con el dolor, mi extraño fetiche con los piés, sus abortos, Ginsberg, el hombre en la luna y los conservadores en la carne de congelador.

La llevé a su casa, la jodí una última vez (Gratis en esta ocasión), lloró y me fui. Le juré que volvería aunque no planeaba hacerlo.

Durante dos días me ausenté de la imprenta, y seguro perdería mi empleo, pero no sentía ánimos de dejar mi cama; me levantaba sólo para mear, coger un pan o una cerveza y volvía.

Esa puta moraba mi cabeza, sus ojos me miraban en sueños y decidí volver a su casa (Aunque en realidad la decisión cobró vida por sí misma cuando se me terminaron los cigarrillos), buscarla, golpearla un poco quizás y después amarla, pero por desgracia para ella, no la encontré.

El problema era que no conocía su verdadero nombre, ni me importaba conocerlo, pero debía encontrarla pronto o mi propia cordura me llevaría al suicidio. Me senté y esperé.

-Quítate esa chaqueta, te hace ver obeso

Volví mi mirada a la puerta y Avelaine me sonrío.

Entramos y me sirvió una copa, se sentó frente a mí y se soltó el cabello.

-Llévame a otro lugar, a donde sea, lejos, muy lejos de aquí o lárgate de mi vida.

Me lo dijo con una voz tan profunda y seria que juré que me estaba jodiendo.

-Jódete- le dije
-Jódeme, mejor- respondió.

Lo siguiente es evidente, y mientras fumábamos ahí, en su cama, sucia y grasosa me pidió de nuevo que la sacara de aquella ciudad. Esta vez acepté. El sexo había sido demasiado bueno en esa ocasión y humor me traicionó.

Dormimos

Avelaine me platicaba cosas todo el día; tenía el hocico más velóz y potente que yo hubiera conocido, pero trataba de no escucharla demasiado, responderle con un dulce "No me jodas" y servirle un trago, pues descubrí que ebria era más silenciosa y dócil.

En mi interior me sentía tranquilo, pero el dinero se acababa y conseguir un nuevo empleo no estaba dentro de mis planes.

-San Sebastián- Dijo

No le respondí, me importó poco aquello, pero en un par de segundos repitió:

-San Sebastián; de niña pasé un verano en San Sebastián; el mejor verano de mi vida. Llévame a San Sebastián.

-Es un pueblo de mierda, no vamos a San Sebastian.

Avelaine me escupió y luego soltó a reír. La golpée discretamente en la cara, con toda la fuerza de mi mano y se paralizó unos segundos; se arrojó sobre mí y me lamió como un perro; follamos como jamás habíamos follado.

Los próximos días no salimos de su apartamento. Comíamos un poco, hablábamos mucho y ella se cortaba la epidermis con cuchillos de cocina.

En realidad no hacíamos mucho, pero cada minuto nuestras miradas y nuestros besos e insultos eran más reales, y en instantes parecíamos niños idiotas, enamorados, pero niños idiotas con barba, estrías y un aliento alcohólico surrealista y perpetuo.

-Tu mejor día
-No hay mejores Avelaine
-Pero debe haber uno que te haya hecho felíz
-No; desde el día en que nací todo ha sido mierda
-¿Y yo? ¿Soy mierda?
-La peor de todas
-Maricón
-Puta

-Pero me amas

Me congelé; No supe entrometerme en mí mismo, sentí al diablo acariciar mis piernas y el miedo me invadió. Me paré en ese momento y me dirigí a la cocina, pero justo en medio del pasillo me detuve, como en un "Cul-de-Sac" pútrido e inevitable; volví al cuardo mientras ella se miraba los senos en el espejo.

-No Avelaine; no te amo
-Pruébalo
-Eso es ridículo, no existe manera de demostrar el "No" amor
-Júralo por tu vida
-No tendría importancia
-Por la mía
-Menos, recuerda que no te amo
-Entonces por la vida de alguien más
-Que se muera tu vecino si te amo.
-Pero aún así me llevarás a San Sebastián ¿Cierto?
-No
-Anda
-Bueno, lo haré.

Los ojos de Avelaine se convirtieron en estrellas fugaces, pero intentó a toda costa ocultar su emoción.

Ella era fuerte, pero no lo suficiente como para no estar felíz en ese momento.

No dijo nada, se paró y se dirigió a la cocina; ella sí llegó. Se sirvió whisky y me sirvió a mí un grán tazón de cereal la muy puta.

Esa noche entre el silencio y el insomnio me volví hacia ella, la miré fijamente y abrió los ojos de manera repentina.

-Deja de mirarme; no puedo dormir si lo haces
-Avelaine
-Dime

-Era Abril. Mi padre y yo caminábamos por un parque, solos, y el viento soplaba suave. Me compró un helado y luego me cargo...

Yo tenía seis años... o siete. Y encontramos un pájaro con el ala jodida. No podía volar. Lo recogimos y lo llevamos a casa, para intentar cuidarlo y curarlo, pero el pájaro murió en el camino.

-¿Por qué me cuentas esto?
-Porque ese día fui felíz
-Pero el puto pájaro se murió
-Pero mi padre estuvo ahí

-Avelaine
-Dime
-Eres una puta insensible
-Pero me amas
-Joder...

A la mañana siguiente desperté y Avelaine ya no estaba.

Estube solo todo el día y cerca de las seis decidí salir a tomar algo... ver gente. Quizás al volver ella estaría ahí.

Pasé a "La quinta" sólo para recordar viejos tiempos y no pagué. Miraba a todos a mi alrrededor con un aire de superioridad estúpida; una arrogancia inevitable. Volví al apartamento unas cuantas horas más tarde, pero Avelaine no estaba aún.

Recorrí el apartamento de arriba a abajo, hasta que encontré, sobre la cama, una nota que decía:

"San Sebastian. Pasado mañana, en la estacion. olvide mi pistola en el armario, no la olvides. salte del aparamento antes de maana para que te evites discusiones con mi casero.

Por favor no me abandones.

Besos

Avelaine

P.D. Si me amas. "

Quedé anonadado, confundido y el alcohol no ayudaba. empaqué tonterías en una valija mediana y recordé que no tenía dinero.

Cavilé y fumé un cigarrillo. Cogí la pistola y me dirigí a la puerta de su vecino.

Tenía entendido que el hombre era un viejo puerco con diabetes que pasaba el tiempo limpiando su casa, soltando insulto a los alegres niños escandalosos que jugaban en la calle y llamando a su hija. Los Sábados llevaba putas a su apartamento y los Domingos iva a misa.

Toqué la puerta y cuando abrió le disparé.

Tomé mis cosas y las de ella sólo para deshacerme de ellas pues las tiré justo en la banqueta. Volví donde el vecino y le cogí algunos billetes. Me largué.

Llegué dos días después al pueblo de mierda, trás perderme en el alcohol durante cuarenta y ocho horas, felíz, esperando ver a Avelaine y muriéndome de hambre.

Al llegar a la estación la busqué como un maniaco y no la encontré. La rabia y la desesperación trepaban hasta mi mandíbula y me desgarraban las entrañas.

Prontó la vi entrar y mi cólera se suicidó. La miré fijo a los ojos, la tomé de la barbilla y le susurré.

-No me vuelvas a mentir

Incluso hoy me cuestiono por qué le dije eso... sin embargo no dijo nada.

Me abrazó y me besó y me tomó de la mano. Traía una pequeña caja de donde sacó una jaula con un pajarito bastante feo.

-No era como éste- Le dije
-Púdrete
-Pero gracias

Nos tomó cerca de una hora encontrar un cuarto dónde pasar la noche. Tuvo que follarse a un hombre para conseguirlo pues nuestros bolsillos nos traicionaban.

Una vez adentro se sentó en el sillón y comenzó a llorar; jamás sabré si fue felicidad... tristeza o sólo un impulso, pero me acerqué y la puse de pié violentamente.

-Avelaine; tu vecino está muerto

Soltó una carcajada y me besó.

-Mi nombre es Pauline, mucho gusto
-Demian, Mucho gusto
-No tienes cara de Demian; los Demianes son guapos.

-Puta
-Pero me amas

-Sí Pauline; tu vecino está muerto

Andréj Van Webber

No dijo nada

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