En su amanecer, el viento abraza
la silueta polvosa de la plaza
donde los ojos del perro se extinguen
apenados de tanto luto. Es vacío
el tiempo, y con él: el rostro rojo
vuelto en el espejo eterno pero flojo
muerde su silencio mientras el estío
de ojos negros destruye este pueblo
con su mística y estridente voz.
Ojos de lodo, de barro donde amueblo
mis olvidos. Y con mi sed fugaz pueblo
esta barrosa realidad de algo atroz
algo que quedó atrás: mi ardiente Pueblo.
S.G. le Clydette
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