llueve a caudales y
los árboles lloran las
gotas férreas que
se dan paso al
verde -verdísimo- pasto
de abril. Entres unos
sauces que también
lloran, las aves
sin embargo
hoy no vinieron
no hicieron su aparición
magistral como gotas
de tinta -Hoy gotas de
lluvia densa- manchando
las copas de los árboles
Una mujer llora -ahí donde
no se oye nada a causa
de esta terrible lluvia
sorda- llora a caudales
se aferra a un tronco
gordo que le promete
un amor inmenso mientras
no pare de llover
Hoy aquí nos amamos
y no soltaré tus
ramas y tus hojas.
No llores, árbol que
mis gotas llueven sobre
tus lágrimas
Uno no oye nada
cuando ama así
como yo agarro tu
fuerte tronco
Hoy te amo, árbol mío
el mayor de los consuelos
el mayor abismo hermoso
te sostengo como a un ave
No me dejes, árbol
soy tuya para siempre
Esto dijo -o al menos
se pensaría que esto fue
lo que se pronunció ahí
en el ritual sordo-
mientras por entre las gotas
un desesperado hombre gordo
rojo y extremadamente
empapado en
desesperación queriendo
correr hacia la mujer que,
mártir, danzaba con el árbol.
Uno no oye nada
cuando se aferra así
Hoy te amo, árbol mío
no me sueltes
a él
no me dejes
aquí
con él y esta vida
Con dificultad el hombre
gordo logró llegar a
donde la mujer, mártir, ya no respiraba
No llores, árbol mío
Siguió lloviendo a caudales
por años, una danza eterno
y tribal y sorda
de la ínfima sustancia
Cuentan las aves -que posan
sus patas como manchas
de sol en las hojas de la
mañana- que esa tarde
el árbol -árbol mío- lloró
tanto que terminó extinguiendo
la lluvia de la mujer
que, mártir, amaneció.
S.G. le Clydette
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