la muerte era una fiesta
con todo y sus espasmos
y sus calles de hombres sin
casa más que su cabeza
y su no comida
era una fiesta que
celebraba las coladeras de
luz
y era una pena que no
estuvieras ahí viéndola
revolotearse entre el estribillo
de concreto
entre la gente que tiene sus dedos
que por desgracia de Dios
no son comestibles
entre el
aparador de las muchachas
más perfectas de toda la
calle y de todas las faldas
que suben y bajan del
metro esperando ser penetradas
por el travieso destino para
así empezar
a ganar el salario que
huele a dos días y cuatro
horas de barrios y llantas
sin inflar
era una fiesta que
comenzaba una y otra vez
ahí donde termina mi sonrisa
difuminada en el espejo
del edificio
S.G. le Clydette
Nueva York 1969
viernes, 5 de febrero de 2010
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