sábado, 20 de febrero de 2010

Cuado un gorrión decide morir las nubes se toman de las manos y el sol se pinta de azul.
Entre los árboles las ramas celebran su deceso y las hojas se sienten molestas.
Los trenes se ven forzados a cambiar de dirección y es así como todos los hombres viajan hacia el norte.

Las estrellas desnudan su brillo en señal de luto y los peregrinos hacen ayuno, y su tributo es el suicidio y el vino.

Las fuentes por doquier en el mundo juegan a ser las reinas y los polos se convierten en pistas de baile, alocado, e imbécil.

Los amantes se golpean, se lastiman; se flagelan, por que no saben hacer otra cosa.

Y el gorrión va respirando cada vez más lento.

Las noches son más largas y los pecados vuelven a ser bienvenidos; se les invita una copa.

En fin... el mundo se convierte en un grán circo; una orgía mundana; una fiesta que no busca terminar; no parece terminar.

Los relojes se detienen.

Y el pequeño gorrión tiene un nombre diferente.

Curioso.

Hoy su nombre será:

Burguesía.

Andréj Van Webber
Grasse; 1963

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