miércoles, 30 de junio de 2010
que, llaga, desgarra labios
y sus formas enhiestas
el beso-curva de la
noche
el beso-apuesta que
cual manantial se vacía
en el roce de las piedras
divinas
Oh río
Oh clara sombra dormida
nombre que palpita como
una voz muy pequeña en
el centro de mi oreja
suspiro, llaga, de múltiples
formas que se lamen
se desnudan y se copulan
Beso que prende y beso
del retorno
piedra líquida y cuerpo
tuyo abyecto
S.G. le Clydette
lunes, 28 de junio de 2010
Cuadernos de la misoginia II
[ese río yámbico de chatarra
divina] surge versificadamente
la agitación
Alguien dijo que la
vagina tenía forma de puño
S.G. le Clydette
horas aletargadas en el
perfume del grito
mientras sobriamente recorría
mis inmensas sombras
río de locura y plata
faro iluminado por su no-luz
náufrago de costumbres y
azúcar
Fuí un río
que se prendía
en el tiempo
de los Dioses
Río magnetizado
al deshielo
Río que descompone
el alba lo duerme
hasta contarle
historias del sueño
ése fui yo
hoy
se pronuncia
mi nombre debajo
de las aceras
S.G. le Clydette
Cuadernos de la misoginia
absoluta que se siente
uno en varias montañas
rusas
se siente uno con mil
Cubas dentro
como un animal prendido de
su elegancia del porte
mayúsculo que uno adquiere
si-es-chingón
sacudimiento violento de carne
espiritual
ontología de las piernas y del
cachete
once mil ángeles golpeando el
firmamento o a una carroña
que no preparó debidamente
la cena
S.G. le Clydette
domingo, 6 de junio de 2010
Carta a Van Webber y le Clydette
Comencé a escucharlo en el tristísimo “La Habana”. Gozábamos de aquellas lunas negras que giraban en 33 revoluciones; blancas noches junto al destello de su sax melancólico, como nuestro vino y tabaco. La fina aguja de metal marcaba los días haciendo caer las hojas de los calendarios, y nos veía crecer, vagos y solitarios. No seríamos nosotros quienes cambiarían el mundo, sino que inauguraríamos el nuestro, conformado por círculos eternos de una vida vivida y una muerte malgastada. En aquellos tiempos vivíamos, vivíamos de verdad – ya no lo hacemos – vivíamos de los lugares que bautizábamos con los nombres de nuestros poemas. Recuerdo la muerte de Chet Baker. Era 1888 o 1650. Estábamos tendidos en una cuesta, lejos de la ciudad; averiguamos entonces que su destello más lúcido fue la versión más desgarrada de Tempus Fugit, mientras caía de un octavo piso en Ámsterdam, en heroína.
A la media noche -round about midnight- Parker toma en un vaso bajo y Coltrane sopla en el saxofón. Alguien dice que somos majestuosos y poéticos con nuestras corbatas de seda y chalecos de algodón. Al volver a casa nos espera el mismo disco, Kind of Blue: Adderley, Coltrane, Davis y Evans, mientras el ventilador, ruidoso, delicioso, golpea al compás de So What. La aguja del tocadiscos, y los golpeteos del movimiento rotatorio.
Ilzeck Orbach Spiegelbrück
Cuba, 1953