martes, 27 de octubre de 2009

Mis princesas maltratadas

Bendito el placer de vivir entre los (no) vivos y de morir entre los (no) muertos; de aspirar y exhhalar y alebrestar con cada pelo a los que vimos con aversión; tantos los deleites y las bellas mariposas del raciocinio, que se mecen como musas entre los frutos y entre las espigas. Toda una vida, y siglos, y cansancio, para formar nuestra palabra que sus cuerpecitos destruyen con tan sólo existir. Y el placer de trazar sucia y asquerosa la palabra del tabú. ¡Mierda! grito justo tras mis ojos y los sueños se dibujan mientras pienso en la indecencia, en esa bella laguna de mi lengua que hace de mis manos una nota de alegría. Su sonido, su calor, su dialecto bien pensado y de métrica pareja y balanceada y bien tallada sobre los más sucios pensamientos y los más turbios desperfectos.

Hijas de la entrerrenglonadura, hijas de la noche serena y no tanto, hijas de las bocas más sucias y malolientes, hijas de la chingada, que en su danza de escorbuto nos sonríen porque son más poderosas que el discurso y que la prosa y que la mano que acaricia.

Han venido a conquistar nuestra elocuencia, a convertir nuestros deseos en la desdicha de lo ajeno y yo las mojo en las personas que han morado en mi cabeza, que han cesado en mi cabeza y las mastico como dulce hogaza de pan vulgar.

¡Gracias! niñas fabulosas por su pútrido esplendor, son preciosas, son de plata, son de flores y de viento; ¡Larga vida entre sus letras! ¡Larga vida mis princesas!

Andréj Van Webber, Saint Michelle, Paris, 1963

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