Conocí las estrellas blancas como sal y luna, que brillaron a mi lado siglos sobre lustros y las olas de los mares por doquier en este mundo.
Conocí el secreto de Withman y la cólera de Chopin, la caricia de Schopenhauer y la risa histérica de Nietzsche. Las flores en los ojos del poeta de las mil noches, a las putas de Lautrec, salivando las sábanas mohosas de un burdel en llamas y las miserables ilusiones del poeta incomprendido.
Conozco a fondo a Fortimbrás, los polos y el Japón en plena noche de vehemencia; a las pocas verdades cuerdas he besado eternamente.
Penas, llantas, flautas y sartenes, mil veces he llorado y he quemado mis recuerdos en hogueras que no existen, que se van, que regresan, que se instalan.
Las imágenes que abusan de las mentes de los "Beatniks" y a los santos y a los ángeles que aún no he visto en claro.
He visto imperios caer y conocí el mundo de Hoffmann y los sueños de la infancia; vi pasar a los insectos en las aguas del Leteo y tragué las agrias uvas de la vid de los infiernos.
Pero entre las hojas y las puertas he pasado horas en vela, que me han dado las manos y se mofan de mis miedos, mis dolores, mis pesares. Es cierto, es la verdad, pues no he visto aún al hombre; no he visto su llanto, no he sentido su llanto, su canto, ese canto.
No lo he escuchado mentir.
Andréj Van Webber, 1964, Praga.